POEMA XXVII

Guiñándole a la luna una noche tranquila provoqué su soledad el silencio me obligó a murmurar con mis palabras: Estoy casi al borde del abismo… Tan silenciosa y tranquila estaba la noche y me dije: Dormiré. Al día siguiente el sol brillaba y la luna debe estar descansando. París 1963.